sábado, 28 de noviembre de 2009




...Tú que lo sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,
sanador familiar de las angustias humanas,
Tú que, lo mismo a los leprosos que a los parias malditos,
enseñas por el amor el gusto del Paraíso,
Tú que de la muerte, tu vieja y fuerte amante,
engendras la esperanza -¡una loca encantadora!
Tú que haces al proscrito esta mirada calma y alta
que condena todo un pueblo alrededor del patíbulo,
Tú que sabes en qué ángulos de las tierras envidiosas
el Dios celoso escondió las piedras preciosas...

Tú, en quien la larga mano esconde los precipicios
al sonámbulo errante al borde de los edificios,
Tú que, mágicamente, ablandas los viejos huesos
del borracho tardo atropellado por los caballos,
Tú, que para consolar al hombre frágil que sufre,
nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,
Tú, que metes en los ojos y en el corazón de las muchachas
el culto de la llaga y el amor de los andrajos,

Bastón de los exiliados, lámpara de los inventores,
confesor de los ahorcados y de los conspiradores,
Padre adoptivo de estos que en su negra cólera
del paraíso terrestre ha expulsado Dios Padre,

¡Satán, ten piedad de mi larga miseria!

ORACIÓN

¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturas
del cielo, donde tú reinaste, y en las profundidades
del infierno, donde, vencido, sueñas en silencio!
¡Haz que mi alma un día, bajo el Árbol de la Ciencia,
cerca de ti repose en la hora en que en tu frente,
como un Templo nuevo, sus ramajes se extenderán!

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