lunes, 25 de octubre de 2010



La ira que sentimos no es infundada. Años y años de rencor acumulado en nuestras entrañas es la secuela de lo que nos brindaron nuestros amos, bajo su escuela de la perdición y el disimulo, fuimos engañados desde niños por aquellos que decían tutelarnos, sus promesas no fueron más que imposturas de palabreros de profesión y nosotros asentimos en nuestro funesto destino. Creímos en sus discursos, los probamos quedamente, los experimentamos y saboreamos para hallar al final el sabor amargo de la ficción y el desengaño. Rompimos con sus pautas, nos distanciamos de sus esperanzas y sus ilusiones de papel. Caímos varias veces al fango por la seducción de vampiros, vampiros engañosos que nos quieren ver en el barrizal, pero al final nuestra metamorfosis se dio por si sola.
Ya entrada la serena oscuridad  de la noche, lentamente fuimos transformándonos bajo el hechizo de la luna en licántropos solitarios. Nos deslizamos de ser hombres a ser lobos. Dejamos de ser ovejas adictas al gregarismo para ser sombras autosuficientes. El calor nos fue presentado como obligatorio, pero su fuego no nos adoptó, sino que nos consumió por dentro, así hallamos nuestro lugar en el frió, y la protección en el manto etéreo y dolorido de la luna llena.
 Somos los lobos que tenemos el tajo de la aversión y el desprecio en nuestra mirada, camínanos solos entre la nieve, abrazados a los fríos árboles, observamos sigilosamente al ganado con la frente en alto y  el odio en nuestros ojos. Renunciamos al amor, renunciamos a la revolución, renunciamos a la entrega, renunciamos al anhelo, renunciamos al juego entre insectos de ponzoña…aceptamos solamente nuestro sitio en el exilio con mirada deslumbrante de vida, en medio de ovejas con la vida extinta. Caminamos abrazados al luto, al orgullo, a la disolución y la melancolía, pues han resultado ser los únicos sentimientos fieles. Somos la evocación de la llama del fuego y la vitalidad de la rabia en un mundo muerto y seco.

martes, 12 de octubre de 2010