martes, 7 de septiembre de 2010



Navegando en el profundo e indómito mar de la desilusión, la desesperanza, el asco y el rencor, paso mis días frustrado y tratando de encontrar una salida a la cámara de ejecución en este patíbulo de la muerte. Caminando en fúnebres calles, llenas de planchas de cemento y pavorosas megaestructuras de metal, flores muertas y formas de vida infaustas, pareciera que me dirigiera al altar del espantoso dios Moloch. Y solo un borroso infierno como este podría ser lugar adoración para tan oscuro ídolo.
Un árbol se asoma por cada mil tubos de metal, la forma de nuestras calles son laberintos, llenos de mugre, mal olor y suciedad como en los desagües mas inmundos y el color gris marchito es el dominante en el todo el malsano paisaje. Los cielos grises de smog le dan al ambiente un toque postapocalitptico, como si viviéramos en los residuos de un mundo en cenizas y los rostros neuróticos, borrosos, lastimosos, uniformes e idiotas de la masa de las sombras, que se deslizan por dicho camino de concreto y metales, parecen imágenes de fantasmas que alguna vez estuvieron vivos, mas el día de hoy se hayan en la tierra de los muertos y  esas almas en pena no parecen darse cuenta de si situación ni parecen haberse percatado de su acto de autoinmolación en la isla de los tormentos.

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