La idea del suicido ha navegado ya algunas veces en mi mente. Seria un verdadero respiro el agregado de la nada a mi esencia. Y no es que aborrezca la vida, sino todo lo contrario. Amo demasiadas cosas en el mundo y en la vida. Lo que no tolero es el tener que compartir este mundo y esta vida con los superfluos. Dijo un filósofo: La vida es un manantial de placer; pero donde la chusma va a beber con los demás, allí todos los posos quedan envenenados. Claro, la gran mayoría de los seres humanos viven porque si, porque le es demasiado fácil adaptarse a la tradición y a la costumbre. Si se les llega a preguntar a las personas el motivo de su vida se encontraran siempre las mismas respuestas: poder, dinero, riquezas, prestigio, salud, amor. ¿Amor a que? ¿Al prójimo? Nada más falso, lo único que aman es al dinero y a sus miserables deseos materiales.
Últimamente me almaceno herméticamente mis pensamientos e ideas ¿para que vociferarlos si no serán escuchados?
Me hallo desierto, sobrellevando las tempestades del vacío mientras los necios son felices con su Dios, su fútbol, sus mujeres, sus amigos, sus autos, sus sueños y anhelos fútiles y vulgares.
Me dijeron una vez, no hay lugar para los extranjeros en este mundo, y el único espacio para ellos esta en el exilio. Será un camino duro, brusco, difícil, con demasiadas piedras en el camino, pero el final si ese extranjero no abdica en su viaje al exilio obtendrá toda la gloria que reside en un encuentro profundo y total con el yo mas recóndito, aquel al que la masa jamás podrá acceder, pues el yo mas profundo se pierde cuando comienza la multitud. La multitud desprecia a los extranjeros pero no reconoce jamás su tácita abyeccion en su propia existencia como masa, despojada de todo valor y dignidad reducida a ser una mancha, inservible, anónima y reemplazable.
martes, 15 de junio de 2010
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.
Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.
jueves, 3 de junio de 2010
Arbol
Ese árbol que esta en medio del jardín ¿Que quiere?
¿Por qué se agita con tal fuerza neurótica bajo el viento de otoño?
¿Quiere entrar a la casa?
¿Habitaron el predio que hoy ocupa el cobertizo varios parientes suyos?
¿Son sus nostálgicos hermanos esos muebles de roble, de arce o de nogal que duermen o se mueren de viejos en la estancia?
¿Quiere entrar el árbol para inmolarse como un Cristo del bosque en el hogar helado?
¿Qué proyecto es el suyo?
¿Qué ocurre en realidad dentro del verde corazón de un árbol bueno como el?
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