El otro día tuve un sueño perturbador. Me hallaba completamente solo en una pradera. La pradera esta colmada de flores silvestres y bellos animales salvajes. Más allá se alcanzaba a divisar un lago y unas grandes montañas. El paisaje era hermoso y mi corazón se hallaba rebosante en gozo por la linda comarca y por hallarme solitario sin tener que compartir el paraíso con nadie. Me asenté en una roca para contemplar la excelsa belleza cuando vi que se acercaba un hombre a lo lejos. El hombre era un enano roñoso y traía consigo un jarro. Se acerco y dijo: Bebe, es lo único que te podemos ofrecer, quieras o no. Los señores del paraíso te ordenamos obedecer. Tome el jarro y lo bebí, el sabor era garrafalmente amargo. Entonces el enano dijo, esto no puede ser así. Y dicho esto el paisaje tomo un radical cambio, surgió una monstruosa metamorfosis. El suelo se torno árido y negro, los animales perecieron y se despellejaron, el lago se seco y las montañas se derrumbaron. Me corazón se mortificó profundamente, estuve apunto de discutir cuando el enano dijo. ¿No te gusta lo que hemos hecho he? En aquel momento señalo con su repugnante dedo hacia una ciénega. Ese es tu lugar, no hay alternativa. Si no te agrada este lugar, nuestro hogar, puedes consolarte solitario ahí. El enano me condujo al lugar y me arrojo. Comencé a hundirme en el fango pero halle una cuerda que conducía hacia fuera. En la desesperación trate de subir, pero casi al llegar a la cima vi de nuevo el lugar por lo que opté quedarme hundido en el lugar, sostenido apenas por la cuerda. Y así estuve, tratando de soportar el hundimiento, pero al ver de nuevo el repulsivo horizonte prefería bajar la cuerda y quedar sumergido en el lodo de la ciénega. Y lo peor de todo fue que el sabor amargo se quedo infinitamente en mi paladar y en mi espíritu
Ahora comprendo ese sueño. El ser humano, al no poder dominarse a si mismo, busca por todos los medios evadir su responsabilidad y se apropia de cualquier forma de vida y deseos elevados. El ser humano domina, moldea, subyuga, transforma y limita las voluntades vitales. Cuando camino y miro los mataderos de cerdos y de pollos, cuando percibo los circos y zoológicos, cuando llego a encontrarme con los lacayos del antirrábico (que para esto objetivamente la única plaga que debería de ser “controlada” o exterminada, para ser mas coherentes, es la especie humana) experimento cierto tipo de extrañeza. Es cuando menos me siento parte de este mundo.
El ser humano, en su infinita y sórdida ociosidad, ha fraguado la peor de los condenas, ha creado las pautas de normalizacion que han de forjar las jaulas invisibles en la que todos los habitantes del planeta hemos de estar enclaustrados. Moldea ha tal grado su propia existencia que, en su resentimiento vil, imputa castigos ejemplares a quien osa no seguir la línea de su sendero, maquiavélicamente trazado. El paraíso que alguna vez fue la tierra ha sido trasformado en un infierno, infierno complaciente para los resentidos y debiluchos humanos enanos. Los que no aceptamos su mundo artificial y muerto somos condenados al exilio. Pero solo hay dos opciones: o adaptarse al estéril terreno o hundirse en el pozo del vacío.
Ahora se que, ya en el entorno libre de fantasías, me encuentro aun abrazado a la cuerda, pero se que no faltara el día en que decida soltarme de ella y hundirme finalmente en el fango de la consumación…
lunes, 19 de julio de 2010
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